Leyendo el libro Elogio a la Vejez tuve una avalancha de proyecciones en mi mente sobre mi futura vejez, si es que llego. Tuve alegría y miedo, más lo segundo, debo confesarlo, y una dura pero sanadora reflexión sobre la muerte. Hermann Hesse (1877 – 1962) escribió sobre la vejez y sobre un sentimiento transformador que, tal vez, llega con los años, y que está relacionado con la transitoriedad de la vida, con la finitud del ser humano, con la mortalidad.
Tal vez no sean sus textos más conocidos, no por ello, los menos profundos. Detrás de cada línea, se lee su crítica al desequilibrio entre el progreso técnico del ser humano y el empobrecimiento espiritual. En castellano este libro se ha titulado Elogio a la Vejez
... Hesse describe qué se siente ser testigo y protagonista del «decaimiento progresivo de la lozanía del cuerpo», con lo cual no todo lo que viene es malo o desagradable.
Cita textual en libro elogio de la vejez.
Con la vejez, dice, también llega una nueva conciencia sobre el propio ser y una valoración exponencial de ese tesoro que es la memoria: «Nosotros, los poetas y los intelectuales, valoramos muchísimo la memoria, es nuestro capital, de él vivimos; pero si a nosotros esa irrupción desde el mundo inferior de lo olvidado y rechazado nos sorprende, siempre supone el descubrimiento, alegre o menos, de una violencia o de un poder, que no es inherente a nuestros recuerdos cuidadosamente cultivados… Todas las personas mayores, aunque no lo sospechen, van a la búsqueda del pasado, de lo aparentemente irrecuperable, pero que no ha pasado de un modo irrecuperable y absoluto, pues en determinadas circunstancias, por ejemplo a través de la poesía, se recupera y se arranca para siempre del olvido.» (pag. 123)
Detrás de cada línea, se lee su crítica al desequilibrio entre el progreso técnico del ser humano y el empobrecimiento espiritual.
Durante su vejez Hesse decía que se identificaba con la demás gente anciana en muchos sentidos, el más inmediato, la asociación en el sufrimiento, socios habere malorum, dijo, haciendo referencia a la inusual simpatía que le despertaba reconocerse en todos esos otros viejos que veía moverse con dificultad y caminar tortuosamente, por ejemplo, debido a los efectos agudos de la ciática.
Pero su simpatía por la vejez que le acontecía no debilitó su sentido crítico hacia las visiones sobre la edad, hacia los problemas de la juventud o hacia la aceptación del paso del tiempo. Dice: «Envejecer es un proceso natural y un hombre de sesenta y cinco o setenta y cinco años, si no pretende ser joven, está perfectamente sano y es tan normal como otro de treinta o de cincuenta. Pero por desgracia no siempre se está de acuerdo con la propia edad, a menudo nos apresuramos internamente y con mayor frecuencia aún nos quedamos atrás… y entonces la conciencia y el sentimiento de la vida están menos maduros que el cuerpo, nos defendemos contra sus manifestaciones naturales mientras le exigimos algo que de por sí no puede prestar. Quien ha llegado a viejo y presta atención al dato puede observar cómo, pese al debilitamiento de las fuerzas y facultades, hay una vida tardía que cada año hasta el final se ensancha y multiplica la red infinita de sus relaciones y enlaces, y cómo, mientras la memoria se mantiene despierta, nada se ha perdido de todo lo transitorio y pasado.» (Pag. 43).
cita de Hermann Hesse sobre la vejez
La vejez nos sitúa como testigos privilegiados de la transitoriedad, y es desde allí que Hesse ha encarado una obligada conversación con el final de la vida y con la espiritualidad.
cita sobre la vejez y la muerte según Hermann Hesse.
Pocas veces se ha leído en Hesse un comentario directo a lo divino, y aunque bien cabe dudar de la traducción al castellano en la publicación que aquí cito, se refiere monoteístamente así: «… con la imagen de un paisaje, de un árbol, de una historia humana o de una flor, Dios se nos muestra y se nos ofrece el sentido y valor de todos los seres y acontecimientos. Y, de hecho, probablemente en los años jóvenes vivimos con entusiasmo y pasión la contemplación de un árbol florecido, la formación de unas nubes, de modo que para la vivencia a la que me refiero se requiere precisamente una suma infinita de cosas vistas, experimentadas, pensadas, sentidas y sufridas, se requiere cierta atenuación de los impulsos vitales, una cierta caducidad y proximidad de la muerte, para percibir en una pequeña revelación de la naturaleza a Dios, al espíritu, el misterio, la armonía de los contrarios y el Gran Uno. También los jóvenes pueden vivirlo, sin duda alguna, pero con menos frecuencia y sin esa unidad de sensación y pensamiento, de vivencia sensible y espiritual, de estímulo y conciencia.» (pag. 46).
Estar a la altura de la vejez
En el Elogio de la vejez Hermann Hesse reclama estar a la altura de esta etapa de la vida: «Un anciano que odia y teme la vejez, que odia los cabellos blancos y la cercanía de la muerte, no es un digno representante del estadio de su vida, como tampoco lo es un hombre joven y vigoroso que odia su vocación y trabajo diario y busca escapar a los mismos. En breves palabras: para cumplir como anciano su destino y estar a la altura de su tarea, hay que ponerse de acuerdo con la vejez y con todo lo que comporta, hay que decirle sí. Sin ese sí, sin la entregaa cuanto la naturaleza nos reclama, perdemos el valor y el sentido de nuestros días – tanto si somos viejos como jóvenes – y estafamos a la vida.» (pag.54)
La proximidad a la muerte tiene muchas consecuencias, una de las más intensas es la relación del sujeto con la realidad, con lo cierto, con lo verdadero, acerca de lo cual Hesse dice «la realidad ya no es algo evidente e incuestionablemente válido, podemos tanto aceptarla como rechazarla y tenemos cierto poder sobre ella» (pag 84).
Vejez y muerte en la poesía del escritor Hermann Hesse.
Lo único que no acepta duda es el final de la vida. Hesse saluda la muerte, ya no le teme, la entiende como un proceso natural de la vida. Afirma lo siguiente: «Nosotros hemos vivido la desgracia y la enfermedad, hemos perdido amigos con la muerte, y la muerte no sólo ha llamado desde fuera a nuestra ventana, se ha adentrado también en nuestro trabajo y ha hecho progresos. La vida, que antes era tan autónoma, se ha convertido en un bien precioso, siempre amenazado, la posesión autónoma se ha transformado en un préstamos de incierta consistencia«.
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